Un giraball en la playa de Cariló, horas y horas de pegarle a la pelotita, una escuelita de verano en la localidad balnearia y una sugerencia para sus padres que le cambió la vida. Así comenzó la carrera como tenista de Tomás Etcheverry, uno de los máximos exponentes del tenis argentino actualmente, que este año alcanzó dos finales ATP, en Santiago y Houston, enfrentó a Novak Djokovic, uno de sus ídolos, en el Masters 1000 de Roma y rompió la barrera del Top 50 en el Challenger de Burdeos tras vencer a Jan Lennard Struff, último finalista de Madrid.
Después de ese verano en el que se vinculó por primera vez con el tenis, a sus padres les recomendaron que vaya a entrenar con Gustavo Merbilhaa, ex tenista profesional y oriundo de La Plata, su ciudad. Hoy, a casi 16 años, su formador recuerda que “él era diferente. Con 7 años pasaba 20 o 30 pelotas. El saque lo estaba aprendiendo, lo corrigió y al otro día fue a jugar un torneo y lo ganó.
Lo que llamaba la atención es que las correcciones que le hacía las tomaba muy rápido y le salían, se notaba que era distinto. Aprendía distinto, tenía cualidades innatas en cuanto a coordinación, golpes… Algo que me llamó la atención es que siempre quería entrenar más tiempo y yo lo mandaba para la casa. Un día me convenció y le dije: “bueno, te voy a entrenar hasta que no puedas más”. Lo entrené cuatro horas y me cansé yo. Lo mandé para la casa”.
Con solo 10 años, Tomás Etcheverry jugó la final de un regional contra Camilo Ugo Carabelli en el Buenos Aires Lawn Tennis. Sin consultarlo con nadie, fue a pedirle al umpire si en lugar de disputar el partido en las canchas de afuera, podían hacerlo en el court central. Su banco le advirtió que tenía que jugar sobre la línea de base por el gran espacio que tiene la cancha hacia atrás. El partido lo ganó cómodo, con golpes bajos y perfectos. “Ahí me di cuenta que iba a llegar, era un tenista en miniatura. Él no se rinde, es muy perseverante y tiene mucho talento. Dos más dos es cuatro. Todavía no está en su techo, él se lo va a poner”, manifiesta su primer coach.
Desde chico quiso ser el mejor en toda competencia. Quienes lo conocen, destacan que le gustaba practicar solo y lo describen como un obsesivo a la hora de querer mejorar y muy exigente para con él mismo. Siempre entrenó con el objetivo de ser profesional y de formarse como un jugador completo e integral, más allá de los resultados en juniors. “Él jugaba bajito, arriba de la línea, agarraba sobrepiques y le pegaba. A veces Tomás Etcheverry perdía por jugar así, pero jamás se quejó de la forma que lo hacía jugar. Solo preguntaba: ‘¿lo hice bien?’ Me acuerdo que cuando tenía 16 años le dije que necesitaba pegarle más fuerte: él le pegaba a todo y por ahí perdía los partidos así, pero moría en esa. Siempre quiso mejorar, más allá de los resultados. Es un laburador incansable, hiper meticuloso”, cuenta Merbilhaa.
A los 13 años, se le había corrido la empuñadura de drive. Cuando quiso corregirla, no lograba jugar como sabía. Tuvo que realizar un proceso de readaptación de tres meses. En el medio, entrenamientos largos y mucho tiempo en el frontón para sumar algo nuevo. Dejó de lado los resultados por ese tiempo y pudo incorporar esa modificación a su tenis. En el medio, una frase que lo marcó: “entrenate y mejorá. Los resultados vienen solos”.
Por su gran amor al deporte, Tomás Etcheverry nunca claudicó. Siempre tuvo bien en claro que quería dedicarse al tenis, aún en los momentos difíciles. “Él desde los 5 o 6 años que juega al tenis y es lo único que quiere hacer. Me acuerdo que jugábamos a la play y su nombre era ‘Tommy Etche Tenista’. Se considera tenista desde que nació, lo lleva en la sangre”, rememora Manuel, uno de sus amigos de la infancia.
Una actitud vale más que mil palabras. Todavía en juniors, en Serbia, tras haber perdido una batalla larga ante Jurij Rodionov, a quien enfrentó hace muy poco nuevamente, y un final de partido caliente con acusaciones de coaching provenientes de la madre del austríaco y con penalizaciones de parte del umpire, terminó muy enojado. Al otro día, lejos de seguir con bronca, se levantó a las 8 de la mañana y salió a soltar los golpes con las mismas ganas de siempre. Hoy en día, lo destaca como uno de los días más placenteros de su vida.
Ese mismo apego al deporte y su entereza lo llevaron a salir a la cancha apenas cinco días después de la muerte de su hermana. Magalí, de 32 años, falleció a causa de una enfermedad el 22 de septiembre de 2022. El 27 de septiembre, en Tel Aviv, el platense obtuvo la mejor victoria de su carrera hasta ese entonces ganándole a Aslan Karatsev, primer tenista dentro del Top 40 al que derrotó. “Quiero dedicarle este triunfo a mi hermana, que la perdí el viernes pasado”, afirmó tras haber festejado señalando al cielo.
El principal escenario en el que entrena en su ciudad es en las canchas de La Plata Rugby Club, en las que suele practicar con los chicos del club. “Es un lugar en el que él se siente cómodo, hemos pasado muchas horas trabajando juntos ahí, soñando con este presente. Que siga compartiendo con nosotros es algo muy lindo. Toda la gente del club lo quiere, es un ejemplo de trabajo para nosotros. Es muy generoso con Manu, mi hijo. Lo ayuda mucho con su búsqueda en el tenis”, subraya Jerónimo Lanteri, uno de sus ex entrenadores, con quien trabajó en el inicio de su carrera profesional y que destaca su seriedad y su capacidad de trabajo, pero también su educación y sus valores.
Cumplió un sueño al enfrentar a Novak Djokovic en Roma, su gran ídolo junto a Juan Martín Del Potro. En octubre de 2016, tras conseguir su primer punto ATP en Salinas, Ecuador, se había sacado una foto con la cantidad de puntos que lo separaban del serbio y de la cima del ranking mundial. Menos de siete años después, se citó con el ganador de 22 majors y lo puso en aprietos durante el primer set, con el mismo aplomo con el que se está desenvolviendo este año: dentro del Top 50, Nº25 en la Race a Turín, con proyección de ser la primera raqueta argentina y de, en algún momento, meterse entre los primeros lugares del ranking. Si hay algo que le quita el sueño es ganar un Grand Slam. ¿Cuál? Lo responde su perro, que se llama Roland Garros.