El 11 de septiembre de 2022, Daniil Medvedev dejó de ser N1 del mundo. Parecía, con una baja considerable en su nivel y un semblante desganado, que jamás volvería al máximo escalafón mundial. Tras un cierre de año flojo, al igual que todo lo que llegó después de la final perdida en el Australian Open ante Rafael Nadal, se había alejado mucho de los primeros puestos. Sin embargo, en 2023 recuperó las energías, la pasión, el buen juego y adquirió el gusto por la arcilla, tras haberse quejado públicamente de ell.
Tras la derrota en Australia frente a Sebastián Korda, parecía que seguiría en la misma tónica del año pasado. Los títulos en Rotterdam, Doha, Dubai, Miami y la final en Indian Wells le permitieron posicionarse alto en el ranking y ser considerado como el mejor jugador de cancha dura después de Djokovic.
Su trabajo ya estaba hecho y podía apuntar a ser candidato en el US Open. Sin embargo se desafió a sí mismo y se propuso pelear torneos en clay. Este domingo, se consagró campeón por primera vez de un torneo en tierra batida ni más ni menos que en el Másters 1000 de Roma y llega como uno de los candidatos a Roland Garros. ¿Por qué recién a los 27 años pudo obtener sus primeros resultados importantes en polvo?
No fue casualidad. Sobre todo, por lo que había hecho semanas atrás. Cuartos de final en Montecarlo y Madrid, para un tenista que no acostumbraba a casi ganar partidos en polvo, no son poca cosa. Ruusuvori, Zapata Miralles, Zverev, Hanfmann, Tsitsipas y Rune fueron sus victorias para alzar el trofeo. Desde hace un tiempo a esta parte, el ruso ha cambiado la actitud: dejó de ser ese jugador fastidioso, enojón, irregular y poco atractivo, para ser un tenista a tiempo completo que se dedica a jugar, ganar y mejorar. Para eso, ha trabajado mucho, y ha cambiado la mentalidad.
Lo que antes era “esta superficie no me gusta”, hoy es “tengo hambre de gloria sean cual sean las condiciones”. Si bien sus desplazamientos nunca fueron del todo compatibles con el polvo, sí lo son sus tiros y sus voleas: es un jugador con más precisión que potencia, con gran capacidad para meter buenas pelotas. Pero las ganas de triunfar y la confianza que tenía cuando alcanzó el N1 del Mundo, las recuperó en 2023, más allá de las superficies. Es imposible saber qué habría pasado si en los años anteriores Daniil Medvedev se hubiese dedicado más a jugar en polvo que a quejarse, pero hoy se lo ve distinto, más maduro y con lo más importante que debe poseer un tenista: el hambre de gloria, más allá de quien se le ponga enfrente.