La pandemia cambió muchas vidas, una de ellas fue la de Dominic Thiem, que tras el confinamiento, se consagró campeón de su primer título de Grand Slam en el US Open de 2020. Sin embargo, a partir de eso, su carrera dio un giro de 180 grados. Hoy, a casi tres años de ese hito, busca resurgir.
A comienzos de 2019, la llegada de Nicolás Massú a su banco le sentó bien. El austriaco, que hace tiempo ya era parte del TOP 10, pero le faltaba dar ese plus en los partidos importantes, había alcanzado las finales de Roland Garros y Madrid en polvo de ladrillo. Rápidamente, con el chileno dio el primer golpe: fue campeón de Indian Wells 2019 ganándole la final a Roger Federer y finalista nuevamente de Roland Garros con triunfo ante Novak Djokovic en semis. En el epílogo del año, fue finalista del Masters y perdió la chance de coronar una gran temporada.
En 2020, finalmente llegó la coronación. Tras haber perdido la final de Australian Open ante Djokovic en 5 sets, en un verdadero partidazo, disputó únicamente un torneo antes de la pandemia. A la vuelta, desfiló hacia la final del US Open: solo perdió un set y vapuleó a Daniil Medvedev, especialista en la superficie, en semifinales. La final se la dio vuelta a Alex Zverev, que había arrancado dos sets arriba, en un cotejo en el que parecía que ninguno de los dos se decidía a ganarlo. Después de ese torneo, quedó afuera antes de lo esperado en Roland Garros y perdió una final que marcaría un quiebre: ante Daniil Medvedev, en el Torneo de Maestros, luego de haberse quedado el primer set y haber desaprovechado varias chances en el segundo. En este certamen, ya había superado a Nadal y a Djokovic.
El 2021 no lo arrancó bien, pero aún mostraba signos de su calidad y su entereza. La primera piña llegó en Roland Garros: con la era de Nadal finalizando, sin Carlos Alcaraz y con varias victorias sobre Djokovic en polvo, él lucía como un potencial campeón de la Copa de los Mosqueteros. Con ese mote, su derrota ante Pablo Andújar en París fue un golpe al mentón. Semanas después, se lesionó y no volvería a jugar en el año. “Perseguí el gran objetivo de ganar un Grand Slam durante quince años sin mirar a la izquierda ni a la derecha. Lo logré, en circunstancias extrañas, pero eso no es tan importante para mí. […] Después de eso estaba en euforia, los resultados seguían siendo correctos, estaba en la final del ATP Finals en Londres. Pero caí en un agujero en preparación para esta temporada”, manifestó luego de su época de gloria.
En 2022, recién volvió en abril… con siete derrotas consecutivas en ATP y Challenger. En julio pudo acceder a una semifinal, pero la irregularidad se apoderó de él. A final de año pudo hilvanar victorias en varios torneos seguidos. No obstante, en 2023, ganó un solo partido y perdió siete en las giras de Oceanía y Sudamérica. En abril, tras no poder competir en los Másters 1000, se separó de su gran estratega, Nicolás Massú, quien le aportó mucho a su juego. Ese cambio de aires, en el corto plazo, no le brindó resultados. Su saque era inofensivo, su revés no lastimaba a los rivales, su drive no era preciso y su confianza, nula.
La semana pasada, por primera vez sacó una mano después de tantas recibidas. En Kitzbuhel, su casa, triunfó en cuatro cotejos consecutivos y alcanzó su primera final ATP desde noviembre de 2020. Aunque cayó en el partido definitorio frente a Báez, su tenis dio muestras de una clara mejoría y pudo ingresar con margen al Top 100: saltó del 116 hacia el 84. Ahora, tendrá la oportunidad de entrar directo a los Grand Slam y con una o dos semanas más a este nivel, hará lo propio en los Masters 1000.
Ahora, ¿podrá volver a la elite del tenis mundial? Su nivel actual, sus últimos dos años, las nuevas apariciones y su techo al estar ya cerca de los 30 años, lo ubican con una proyección máxima del puesto 20, por más batallas que le pueda presentar los que estén dentro del Top 10. Esa será la mejor resurrección: volver a ubicarse en los puestos de privilegio con posibilidad de ser ese competidor que era una piedra en el zapato para el Big Three, más allá de que la cima del deporte, en la que alguna vez estuvo y mereció más, le quede muy lejos y sea prácticamente inalcanzable.