Pocos fueron los “expertos” en deportes que recordaron a Miguel Marín y mucho menos se le tributó un homenaje póstumo a quien dejó huella indeleble como deportista

Pues nada, que este 2020 el “Viejo que ha dejado hijos para el Año Nuevo”, se cumplieron 30 años de que se adelantó al descanso eterno quien en vida se llamó Miguel y le apodaron “Gato” y “Superman”, quien fue arquero y pilar del Cruz Azul campeonísimo.

Un felino de bigotes grandes y vuelos altos, pocos fueron los “expertos” en deportes que le recordaron y mucho menos se le tributó un homenaje póstumo a quien dejó huella indeleble como deportista y amigo sincero y leal.

Miguel fue excelso en su quehacer futbolístico. Como ningún portero de fútbol seguía las acciones en un partido, nunca, de los nunca perdía de vista el balón… Seguía con especial atención todos los movimientos de la pelota y sin ella de sus compañeros de equipo o de los integrantes del conjunto oponente.

Es por ello que él, Miguel, iniciaba los ataques del Cruz Azul. Sabía qué hacer con la pelota cuando la tenía en sus manos.

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Pero, el pero que nunca falta como el “prieto en el arroz”, y para apoyar la tesis de que lo bello y lo que hace singular y la mar de polémico a este que es el deporte más popular de la Tierra es que lo practican humanos y por consiguiente se cometen errores. La capitalización del fallo es la esencia el gol, la base medular del balompié.

Hasta el más atinado o para señalarlo coloquialmente y si me lo permite  el sesudo y caro lector: el más picudo, falla. Y, para colmo de sus males, cuando tiene  prohibido equivocarse, sale, tal como decía la abuela: “…Mijo, con su domingo siete”.

Pero nunca esos yerros quitan brillo ni borran trayectorias.

Fue una noche de 1976, durante un partido entre Cruz Azul y el Atlante disputado sobre la grama del estadio Azteca correspondiente al torneo del Máximo Circuito futbolístico de México…

Vino un débil ataque de los Potros mismos que Miguel corto a dos manos, cuando trató de entregar la pelota a un compañero  y ante el amague de Bernardo Hernández, un tepiteño goleador (que por su parecido y espigada anatomía decían que era como el llamado “Monstruo de Córdoba”, le endilgaron el alias de “Manolete”, quien tras recibir una cornada de Islero, cornupeta de la ganadería de Miura fue llevado a un cubículo habilitado como enfermería donde no había ni material humano ni el instrumental necesario para librarlo de la tenazas de la parca y murió en la Plácita de Linares).

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“Superman” confesó al reportero, al final del partido, que se arrepintió de habilitar a uno de sus zagüeros  en la acción referida.

En el impulso Marín giró en redondo y se le escapó la pelota, como si fuera una trucha mojada de las manos,  y en su loca carrera fue a parar al fondo de la portería del Cruz Azul. Autogol… !Autogolazo!

Amante del tango

Como buen argentino Marín gustaba el tango, admiraba a Carlos Gardel, el “Zorzal Criollo”, y a Aníbal Troilo —el de la voz aguardentosa y embrujadora—, dos de los más grandes exponentes de este género musical. Además de degustar del asado criollo con el acompañamiento de pastas y ensalada, con el inseparable vino tinto que paladeaba con deleite singular si procedía de Mendoza.

Es por lo que con parte de sus ahorros los invirtió en un restaurante al cual le puso un toque de su país, su interior semejaba  uno de los lugares fabulosos del barrio de San Telmo en Buenos Aires. Estaba ubicado en Taxqueña, a la vera de una tienda de autoservicio, le tituló como Corrientes 3-4-8.

Celso Amato, su socio en el negocio cantaba y era acompañado por un bandoneista invitado a trabajar en el sitio, traído directamente de la ciudad capital de Argentina. La noche de la inauguración nunca se podrá olvidar, de ello también da fe el compadre, colega y amigo, mas lo tercera que otra cosa, Hebert González, quien por muchos años hizo la cobertura del Cruz Azul para el antiguo Heraldo de México.

Palmarés y retiro

Con el equipo celeste Miguel fue campeón de liga en las campañas 1971-1972 ante el América; 1972-1973 ante el León; 1973-1974 ante el Atlético Español; 1978-1979 ante Pumas y ante Tigres la temporadas 1979-1980.

Sufría el Gato a causa de la artritis maldita y lesiones en los dedos de sus manos, pero lo que más quebrantó su salud fueron males al miocardio, lo que le ocultó a la mayoría, no así a los amigos, lo que le orillo al retiro como futbolista activo.

Fue la tarde del 6 de junio de 1981, en un crepúsculo lluvioso ante el Guadalajara en el estadio Azteca, cuando se despidió. Las lágrimas de los aficionados se mezclaron con las del cielo, fanáticos que acudieron al Coliseo de la Calzada de Tlalpan para despedir a uno de los más grandes jugadores que han venido al fútbol mexicano y que el 30 de enero de 1991 murió, cuando su corazón enorme se negó a continuar funcionando… ¡Y como dijo La Bandida!…