Encender una antorcha olímpica en las ruinas de la antigua Grecia y llevarla a la sede de los Juegos fue una herramienta de propaganda nazi
Este domingo se cumplen 85 años del inicio de la undécima edición de los Juegos Olímpicos, la Justa de Berlín 1936. Se trató de un evento utilizado como escaparate político por el país organizador para mostrar al mundo el poder ideológico y militar de la Alemania Nazi, como una advertencia de la tragedia en que sumiría a la humanidad en 1939, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Luego de reconsiderar su postura original sobre el movimiento olímpico, El Tercer Reich, encabezado por Adolf Hitler, buscaba mostrarle al planeta su visión sobre la superioridad de la raza aria, que sería el origen de una nueva humanidad, (basada en el exterminio del resto, aunque eso no se dijo durante las competencias).
Para ello, Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Partido Nazi ideó toda una coreografía que incluía desfiles, la participación de atletas genéticamente perfectos, discursos rimbombantes, películas y tribunas llenas de fanáticos que coreaban a una sola voz: “Heil Hitler”
Así, se idearon símbolos como el impresionante Estadio Olímpico de Berlín con una arquitectura neoclásica y una capacidad monumental de 120 mil espectadores. Así como un pebetero olímpico en forma de trípode, con una altura aproximada de 2.20 metros, también inspirado en patrones de la Antigua Grecia.
Lee también: Tokio 2021, los Juegos Olímpicos de la sostenibilidad
También se idearon otros rituales para impactar al mundo, lo mismo que al pueblo alemán. EL más efectivo de ellos, trascendió los años y hoy es parte de la tradición olímpica que conocemos en la actualidad: el encendido de la llama olímpica y su recorrido desde las ruinas del Templo de la diosa Hera, en la ciudad de Olimpia hasta la sede olímpica.
Su objetivo original era unir, mediante un elemento simbólico, a los atletas nazis con la antigua Grecia y para reafirmar la teoría de la superioridad de la raza aria, proveniente directamente de la cultura helénica. Esta es una estrategia típica de los estados totalitarios: reescribir la historia con una narrativa que le dé legitimidad al régimen, a pesar de sus excesos.
Otro de estos ejemplos ocurrió con la obra de Ludwig Jahn, fundador de la gimnasia artística moderna, como un deporte pensado en mejorar físicamente a la raza perfecta.
Un regalo inesperado
De hecho, la designación de Berlín como sede olímpica fue fortuita para el Tercer Reich. El Comité Olímpico Internacional (COI) entregó la sede a la capital alemana en 1931, cuando el país era una República (la dictadura nazi inició en 1933). Esta decisión significaba el regreso de Alemania a la comunidad internacional, tras el desastre de la Primera Guerra Mundial.
Por su parte, los líderes del gran aparato de propaganda encabezado por Goebbels, consideraban a los Juegos Olímpicos como un “infame festival organizado por judíos y masones”.
Sin embargo, descubrieron que era la oportunidad perfecta para mostrarle al mundo lo que el régimen totalitario podía lograr en unos pocos años. Para ello, tomaron como ejemplo el éxito que tuvo la Italia fascista en el Mundial de Futbol de 1934, que convirtió un evento deportivo en un instrumento de propaganda. Bajo esta idea, los nazis optaron por un evento majestuoso, en lugar de unos Juegos pequeños y autofinanciados.
En el año previo a los Juegos, surgieron muchos rumores sobre la política de ultra derecha promovida por Hitler, que poco a poco iba segregando a las minorías, principalmente a los judíos, por lo que varios países estaban renuentes a participar.
Para evitar el boicot, el Comité Organizador invitó al presidente del Comité Olímpico de EEUU, Avery Bundage para mostrarle que los rumores eran falsos. Los estadounidenses aceptaron participar, con la promesa de que no habría segregación para los atletas judíos y arrastraron a sus aliados: Francia y Gran Bretaña, entre otros, para no dejarse intimidar por el aparato nazi.
Te puede interesar: Cambio climático, el nuevo gran reto de Tokio 2021
Aunque en el seno del deporte europeo se gestó la organización de unos Juegos alternos como protesta a las políticas nazi, que se celebrarían en Barcelona. Pero el proyecto se vino abajo cuando estalló la Guerra Civil en España, en el mismo 1936.
Durante las dos semanas de competencia, la dictadura nazi de Adolf Hitler ocultó hábilmente su carácter antisemita y sus planes de expansión territorial. A cambio, adoptó una imagen de paz y tolerancia. Las calles se tapizaron de coloridos pósters y anuncios a doble página en los periódicos para que los alemanes estuvieran entusiasmados con sus Juegos.
Un instrumento de propaganda nazi
La ceremonia del encendido del fuego olímpico, de hecho, no es fiel a lo que se acostumbraba en la Antigua Grecia. Las excavaciones arqueológicas no han encontrado señales de una llama olímpica en sí. El fuego estaba presente en el Templo de Hera, pero no se relacionaba con la competencia deportiva. Tampoco era transportada por relevos. Sino que eran heraldos quienes corrían por los diferentes poblados, anunciando la celebración de los Juegos.
Aun así, el encendido del fuego olímpico hoy día simboliza el inicio del periodo de los Juegos Olímpicos.
La idea de “apropiarse” de los Juegos griegos mediante el ceremonial de la antorcha olímpica provino de Carl Diem, historiador olímpico de gran prestigio, casado con una mujer judía. Diem pensó en ampliar la ceremonia del fuego olímpico. No solo iniciándolo en Olimpia, sino en llevarlo mediante relevos hasta Berlín como un símbolo para los jóvenes alemanes. El mensaje era: “tomar la fuerza y el espíritu de sus antepasados, para transmitirlo a las generaciones futuras”.
El COI aceptó la idea en 1934 y desde entonces el ritual es prácticamente idéntico. La primera vez que se encendió el fuego en Olimpia fue el 21 de julio de 1936. Su primer relevo fue el atleta griego, Konstantinos Kondylis. La ceremonia quedó inmortalizada en la película “Olympia” (1938) de Leni Riefenstahl, para mostrar al mundo la importancia del viaje de la llama olímpica hasta los pies del Führer, indicando que la civilización griega era de origen germánica.
Más información: Gimnasia: la ‘tortura’ de hacer sonreír al mundo
Desde esta primera ceremonia se utilizó el espejo parabólico, que concentra los rayos del sol, para encender la llama. Al iniciar el recorrido, el barón Pierre de Coubertin, creador del movimiento olímpico moderno, deseó a los relevos un buen recorrido. En el Ayuntamiento de Berlín también se festejó el inicio del recorrido.
La ruta pasaba por las capitales de cada uno de los países visitados: Atenas (Grecia), Sofia (Bulgaria), Belgrado (ex Yugoslavia), Budapest (Hungría), Viena (Austria), Praga (ex Checoslovaquia) y Berlín. En cada ciudad se hacían festejos al paso de la antorcha. Entre ellas, una en el estadio Panatenaico, donde se celebraron los primeros Juegos Olímpicos, con la presencia del Rey de Grecia, Jorge II.
Para los relevos, se pensaron en diferentes mecanismos, como tener encendido un fuego en leños que tardaran en consumirse. Incluso se llevó una linterna con una llama de apoyo en un automóvil durante el recorrido, en caso que alguna de las antorchas se apagara.
Al final se pensó en la antorcha y se diseñaron unas específicamente para el recorrido del fuego olímpico. Las fabricó la empresa Krupp, una compañía alemana especializada en la producción de acero y armamento.
Además: Hidilyn Díaz, de disidente política a heroína olímpica de Filipinas
En total, participaron 3 mil 422 relevos, quienes recorrieron alrededor de un kilómetro cada uno.
La antorcha llegó al Estadio Olímpico el 1 de agosto de 1936 en manos del atleta alemán, Fritz Schilgen. Lo esperaban 110 mil espectadores con el brazo en alto, cantando el himno nazi. En el palco de honor, estaba el mismo Hitler, acompañado del conde Henri de Baillet-Latour, presidente del COI y Pierre de Coubertin.
Fritz Schilgen fue elegido por la cineasta Leni Riefenstahl por sus movimientos estéticos, ideales para ser grabados en cine. La antorcha olímpica recorrió la pista del estadio frente al alto mando nazi y encendió el pebetero, aunque se encendieron diferentes flamas en otras sedes de los Juegos, en los siguientes días.
Al final, el recorrido de la llama olímpico fue un éxito. Cubierto por la prensa, la radio y formó parte importante de la película oficial de los Juegos.