Uruguay se consagró campeón de su primer Mundial Sub-20 en Argentina tras vencer a Italia por 1-0 en la final disputada en el Estadio Único de La Plata. El elenco charrúa representó todo lo que le piden sus hinchas: la garra, el coraje, la intensidad y por sobre todo, el buen fútbol. Dominó a Italia con guapeza de principio a fin, y en esa superioridad, hubo uno de sus jugadores que marcó el camino, pero no solo en el partido definitorio, sino durante todo el Mundial: Alan Matturro.

Hoy en Genoa de Italia, ganó el balón de plata del Mundial, curiosamente, jugando de lateral izquierdo. Es curioso que un defensor sea catalogado como uno de los mejores jugadores del torneo, pero la realidad no miente. Nacido y criado en el barrio Villa Española, nos remonta al fútbol de potrero, en un deporte profesional tan robotizado.

En cada pelota, deja la vida por recuperarla; con ella en su poder, va al frente y lidera al equipo desde la banda. Es un guerrero en defensa y una carta importantísima en ataque. Si hay un gol que lo refleja, es el que la Selección le marcó a Israel en semifinales para abrir el partido, tras una corajeada suya que terminó en un remate que dio en el palo y empujó Anderson Duarte. En el festejo, el autor intelectual del tanto se llevó puesto a un fotógrafo: juega como vive.

Desde chico forma parte de las selecciones juveniles de Uruguay. Jugó el Sudamericano Sub 15, en el que su país quedó afuera del Mundial. En 2021, cuando era parte del Sub-17, fue ascendido al Sub 20, del que fue parte en este campeonato. También ese mismo año, vivió emociones fuertes: falleció su mamá, Susana Romero, y firmó su primer contrato profesional en Defensor Sporting.

En el inicio de su carrera y en el día más importante hasta ahora, la recordó con palabras y gestos: ayer, post partido, levantó sus brazos al cielo recordando a ella. “Tener a mi padre en la tribuna… No está mi madre físicamente acá, pero la llevo en el corazón. Tengo su foto en la canillera y la tengo tatuada, siento tristeza porque no la tengo físicamente, pero hay que seguir por ella”, manifestó en conferencia de prensa el hombre de tan solo 18 años, pero que muestra una madurez propia de uno de 30.

Fue una revancha para él. En enero, no había viajado al Sudamericano porque su club no se lo había permitido. Con tan solo dos partidos en la temporada y su club ya ascendido a Serie A, pudo concurrir al Mundial y ser la figura de su equipo. Algunos hablan de que el zurdo de Montevideo merecía el balón de oro, teniendo en cuenta su gran final y el flojo partido que jugó Cesare Casadei, quien lo ganó. Más allá de las distinciones individuales, guardará en su placard lo más valioso: la medalla de campeón y el orgullo de ser el líder espiritual. El premio individual, en el fútbol, es secundario.

Juega como en el campito del barrio, porque todavía es un pibe de barrio. En la cima del Mundo, ayer declaró “ellos pegaron unas patadas y tengo la rodilla sangrando, pero es fútbol y hay que ser hombre para jugar […] A los de Villa Española les digo que sigan adelante por sus sueños. Está medio bravo ahora, pero son circunstancias de la vida y hay que salir adelante”. La entereza, en la victoria y en la derrota, el respeto por el rival y haberse acordado del lugar donde salió, tras ser campeón, no es para cualquiera. Es muy pronto para hablar del futuro, pero este chico tiene el gen uruguayo: el mismo que tenían Lugano, el “Ruso” Pérez y Forlán, y que todavía tienen Cavani, Suárez y Godín.

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